No sé cómo hacer un preámbulo para el punto principal
de esta entrada.
Tengo un pensamiento que no le he dicho a nadie, esta
vez lo escribiré a extraños porque cada vez tengo menos miedo de pensarlo y
reconocerlo: No sé qué será de mi futuro.
Debí saberlo desde que, de niña, en tercero primaria nos pidieron llegar
disfrazados de la profesión que quisiéramos hacer cuando grandes. Recuerdo que
llegué a mi casa con esa incógnita, sin idea de “qué
disfraz llevar”. No recuerdo si se lo dije a mi mamá.
Mi último recurso, como siempre que dejo todo al final, fue que le pedí que me prestara un delantal de los que usábamos para el Día de Guadalupe.
Una de las profesiones tentativas, para mostrar a la
clase, era “disfrazarme de modista”; y pensaba que mi pseudo discurso sería “quiero
ser modista para diseñar ropa…” pero ni yo me creía eso.
Así que llegué a la clase, me puse el delantal y dije “yo voy a ser ama de casa”.
La tarea estaba lista. Todo terminó allí, no recuerdo qué pasó luego.
Años después ese recuerdo emergió y… me avergoncé de mí misma.
Ya grande, pensé: “¿Ama de casa? ¿Estudiar para ama de
casa?”. No es que menosprecie esa labor pero ¿No es una labor de señora casada?
A menos que le hagas el aseo a una familia puedes ganar algo de dinero…
Me avergoncé por tener sueños tan medianos, teniendo la oportunidad de buscar “algo
mejor”.
Sigo avergonzada de eso.
Durante mi adolescencia pensé que mi futuro era la
universidad.
Mi deseo oculto era ser actriz, de lo que fuera: de teatro, de televisión. Mi
mamá nos llevaba al teatro (gracias también a la escuela primaria donde estuve)…
Este espacio es para agradecerle.
Con otros referentes que ahora no quiero explicar, nació ese deseo de ser actriz.
Pero cuando me preguntaban qué quería hacer, yo decía “psicología”, algo que
también me gustaba pero mi deseo profundo era lo otro.
No contaré lo caótico y despreciable de mi vida universitaria porque no quiero enojarme (o sentirme impotente) más de lo que estoy ahora. Imaginen que me río y llora a la vez.
La cosa es que luego, como a mitad de la carrera, empecé a tener conciencia de que el final vendría, y que saldría al mundo. A trabajar y hacer una vida… todos eso.
Puedo decir que estudiar
teatro no te hace teatrero.
No tengo una carrera teatral que me satisfaga. Al
final de cuentas no soy actriz de teatro. Un maestro dijo: “que te guste no
significa que lo puedas hacer”.
Esta y otras frustraciones son las que he tenido
durante este periodo de años de consciencia del futuro de mi vida. Recordar ese
lío infantil de “no sé de qué expondré” cuando preguntaron Qué quieres ser cuando seas grande…
qué bobo. Muchos tal vez mintieron, otros puede que hayan tenido alguna
certeza, yo estaba perdida.
Como todo es una concatenación, esto influye en mi
autoestima.
Tuve un breve, brevísimo, periodo donde pensé: “esto es culpa del colegio… es culpa de la maestra que no me habló (¿Por qué no me dijo que había más opciones que ser ama de casa? )". Hasta culpaba a mi padre (muy en el fondo). Me alegro de que haya sido muy breve, no soy tanto de culpar a las personas (o tal vez sí) pero entonces incluso yo me sentía mal de estos pensamientos.
No está bien que otros sean culpados por tus
decisiones.
Mi madre dice: “Veo que no tienes sueños”. Y tiene
razón, qué bueno que lo dice ahora que soy masomenos consciente de que soy responsable de mi vida; si lo
hubiera dicho hace cuatro años tal vez me hubiese puesto a llorar o hubiese
puesto excusas.
No es como si hasta ahora supiera que tienen
expectativas de mí, eso lo sé desde hace mucho pero… no tengo excusa para eso,
creo que simplemente me pelaba.
En fin, primero fue la culpa y luego la consciencia.
A partir de esta turbulencia en la Fuerza, he llevado un intermitente trabajo conmigo misma. Bueno, si digo trabajo pensarán que es algo serio y la verdad no es algo en lo que esté tan comprometida. Es una valuación mía no profesional. Esto también lo omitiré.
Ahora sí llego al punto que quiero, gracias por leer este prólogo.
Como parte de los micro-desafíos conmigo misma, pedí
una beca. Y es el motivo por el que quise escribir esto, a partir de lo que
sentí mientras ocurría.
Al principio fue como “vamo’ a proba’”.Cuando me
respondieron para asesorarme durante la petición me sentí una persona sería
(pidiendo información sobre la titulación y eso).
Cuando leí el pensum y la
información de la universidad me sentí un poco intimidada, pero fue momentáneo.
Me dije que eran solo palabras y que todo se vuelve más fácil cuando lo estás practicando (¿Puede ser?), al menos eso me pasó cuando entré a la universidad de este país: me sentía diminuta cuando hice las documentaciones e ingresé a las clases pero, como dijo el mono de BoJack Horseman cada día es más fácil.
Eso me tranquilizó.
Así fue, no me sentí dominada. Me vi capaz de hacer esos simples papeleos y eso
me dio confianza (por simples que fueran).
Pero el BUM
de todo esto fue la carta de motivación y el SÚPER BUM:
El Curriculum Vitae.
La carta de motivación era como la pregunta ¿Qué vas a hacer
con tu vida? O al menos con tu carrera.
Imaginen que sonrío y suspiro. Ahora recordé algo que tal
vez no es especial pero sí importante
en su medida: Un completo desconocido me preguntó ¿Qué
buscas hacer con el teatro? Más allá de esas cosas bonitas que decís, de
compartir y motivar etc, ¿Qué realmente querés lograr, objetivamente?
Ese día no supe qué decir.
Esta vez, en la carta, sentí que fui sincera y que a
la vez lograba colocar mi deseo como un proyecto. Lograba estructurar y darle
forma a mis palabras bonitas.
Me sentí genial.
En cierta medida orgullosa de mi carta, hice el
Curriculum.
Había hecho curriculums genéricos para buscar trabajo
muchas veces.
Esta vez estaba decidida a hacer un Señor Curriculum.
Como el chico del tutorial que vi en YouTube para hacer CV’s dijo: Ellos no saben
quién eres y tienes que decirlo todo. Ellos no van a adivinar tus buenas
intenciones.
No sé cómo decirlo… tal vez me falta leer.
Fue revelador.
Pasé tanto tiempo menospreciándome…
Siempre menosprecié el tiempo perdido y me odié/¿odio?
Por ello. Menosprecié los años en la carrera que había seguido. Fue como el amiga date cuenta.
Tampoco es que sea la gran maravilla de trabajo pero,
ver mis pequeños logros me llenó de una especie de felicidad, como que me
alentaba.
Fue revelador. Estaba aceptando lo hecho durante ese
tiempo, y mientras escribía mi mente
estaba como: “ah, sí hice esto también” y me alentaba.
Repito, estaba aceptando. No aceptaba solo el trabajo hecho sino mis propias
habilidades, nuevamente sentí confianza. Me sentí bien conmigo misma.
Cuando llegué al final de todo (de terminar de aceptar
y notificar en la carta mis experiencias y habilidades) sentí que pudo haber más,
que tenía que haber más. Pensé muy dentro de mí: “tiene que haber más”. Lo
pienso ahora.
Pero no era con el sentimiento de “oh rayos, no hice más” negativo, sino un
sentimiento optimista.
Como dije arriba, en concatenación, esto se liga a mi
autoestima. Mi autoestima intermitente.
Hay cosas que uno hace, no para los demás, sino para
probarse a sí mismo que puede.
Cuando envié los documentos, estaba confiada,
empoderada, tranquila. Tranquilísima. Incluso pensé, muy inocentemente: “No se
van a resistir a semejante CV y carta de motivo”.
Pueden reírse, yo lo estoy haciendo.
Lo prometo, me sentí tan confiada. Y confieso que
admití/admito que de las miles de cosas que no sé hacer hay algo que sí:
Estudiar.
También admito que no soy la estudiante modelo, pero aprender… ay dios. Si
pudiera inscribirme en todas las carreras y diplomados y loquesea de todo el mundo, lo haría.
(Dejando de lado mi procastinación).
Esa noche dormí confiada, y con una nueva mirada a mí
misma.
Sin duda, de los trabajos de autoconsciencia que he hecho (ya saben, no profesionalmente), este fue el FUAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA.
Y eso que no era de autoconsciencia.
Por eso les invito a que hagan su curriculum vitae,
aunque no se lo entreguen a nadie.
Hagan su carta de motivo
¿Motivo de qué? De lo que quieran, de su carrera,
de su vida en cinco años...
No sean tímidas ni modestas al momento de hacerla.
No resolverá tu vida,
pero ayuda a orientarte y estimarte.
(También sé que no estoy descubriendo el
agua azucarada,
esto es para plasmar mis pensamientos).
No sé si sea una crisis esta, la de los veinticinco. Sin
embargo, no quiero sufrir en este mundo, este mundo me hace feliz pese a su
maldad. Y quiero cumplir mis propias promesas.
Quiero ser la persona más confiable
para mí misma.
Una playera de mi hermana dice: las
niñas que sueñan se convierten en mujeres con visión.
Actualmente estoy súper de acuerdo.
Así que creo que ahora no es muy tarde para soñar ¿O
creen que sí?.
Y puedo seguir reflexionando toda la noche pero ya
saben, hablar es fácil, lo difícil es
entrar a la acción, así que lo dejaré aquí.
Gracias a quien quiera que haya leído esto. No tengo consejos para ti si acaso buscabas uno, puede que ya te hayan dicho “echale ganas mija/o”, y no quiero repetir algo que puede que te moleste.
Por cierto, sí me dieron la beca.
(Ahora, por otras razones, no sé si la tomaré).
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